Miraba sentado a lo lejos, mientras con las manos cortaba
nerviosamente el pasto.
Estaba sorprendido por el esplendido cielo. Había llegado a
ese lugar hacía un par de días y nada tenia por hacer.
Necesitaba ese tiempo de permitirme pensar, en aquellas cosas
que no suelo, en esas que por el ritmo las deja para ultimo momento, cuando el
sueño te aclama y todo pasa a ser un sueño.
Pienso en mí, particularmente en las decisiones que fui
tomando a lo largo de mi vida, si hice bien, tal vez no, pero pensar despeja
dudas y el silencio es el mejor compañero.
La brisa refresca mi cabeza, el tibio aire de otoño pinta
todo de amarillo, y ahí sigo, esperando aclarar esas dudas que forman cayos.
Instaladas hace tiempo en el fondo del alma.
No quiero volver, no quiero cargar más el bolso, no quiero
partir, quiero y necesito quedarme ahí, sin saber si alguien allá a lo lejos,
ahí afuera esperan por mi. Necesito de mi tiempo, por ahí es mucho, cuando miro
que el amarillo del otoño se lo devora el cruel invierno.
Sigo sentado en esa misma posición, tiritando, mirando los nubarrones
que se transforman en noche, y se despejan y es día.
Así pasa mi tiempo, la mente en total estado de concentración
que ya ni siquiera el cielo me distrae. Por momentos el pelo largo recorre mi
rostro que solo lo corro con un soplido.
Desconectado, sin hablar, sin haberme parado de ese lugar
por un buen tiempo.
Hasta que llegan ellos, son muchos le doy la bienvenida solo
con una leve sonrisa. Ellos, todos ellos me abren los brazos, esperando que
corra y vuelva.
Ellos me esperan, yo también, hoy no, en otra oportunidad,
otra vez ahí esperando que el tiempo me de una respuesta.