miércoles, 11 de abril de 2012

Un héroe sin capa, mi héroe.


Fue hace muchos años. Una tormenta azotaba la ciudad. El fuerte viento golpeaba los postigotes de la ventana como queriendo ingresar violentamente a destruir todo. 
Dentro de esa habitación solo un niño de unos 10 años, se cobijaba en su cama, los ojos bien abiertos mirando entre la oscuridad, el techo.
Entre las sabanas no encontraba el consuelo de sus miedos, como conciliar el sueño, tener un segundo, para que se esparzan los fantasmas, para cerrar los ojos, para que el sol se convierta en día, en azul y escapar de la negra oscuridad.
Hasta ese momento, cuando apareció él.
A diferencia de todos, él no realizo ninguna espectacular entrada.
Ingreso por la puerta de habitación, con el mayor de los silencios como aliado. Al entrar en la habitación en la que se encontraba ese niño, el viento ceso de manera mágica, hasta parecía que había más luz dentro de la noche.
Sin capa, sin espada, sin trajes, el poso su mano sobre el agitado pecho del infante, que parecia calmarse.
Pronuncio unas palabras, -Tranquilo, acá estoy-, la tormenta se alejo en ese preciso instante.
Sin super poderes, sin armas, con todo el amor del mundo, sostuvo su mano, se recostó a su lado, apoyo su regordeta mano sobre el oído para que los ruidos externos se alejaran por completo.
Sin pelear, sin insultar, abriendo las puertas a los más hermosos sueños, en compañía de su sangre, en menor tamaño, con las mismas patas chuecas, la misma mirada, la exacta forma de pararse.
Ahí estaba mi héroe, donde nadie volaba, donde no existían grandes ciudades más que mi habitación, donde la maldad era una simple tormenta, donde su paz lo convirtió en mi referente, su bondad en mi orgullo, sus miedos en mi héroe.