jueves, 28 de octubre de 2010

Ratitos de felicidad



Ibas y venias acariciando el tibio aire de noviembre. El sol sonrojaba tus mejillas mientras corrías sin importar el tiempo, sin importar el lugar.
Te secaba la transpiración mientras me estirabas tus regordetas manos para ir a jugar. Corríamos juntos detrás del perro, entre ladridos y carcajadas, nos divertimos juntos.
Dando vueltas al mundo, los minutos pasan y a cada instante tu sonrisa hacia que la mía fuese más grande.
Me mirabas con tus ojos de nene, mientras esperabas que me sorprenda mientras elaboras una más de tus tantas piruetas.
Me siento sobre el pasto y abro bien los brazos, esperando nuestro momento, me ves desde la calesita, sonreís y corres desaforado hacía mí, tres pasos antes de llegar, saltas desde el suelo y me abrazas en el aire, llevándome hacía el suelo, donde nos fundimos en el más tierno de los abrazos. Ahí los dos en el pastos mostrando los dientes al cielo, dejándonos llevar por lo que vida nos enseño a ser.
De a poco el sol va cayendo detrás de las casas, empujo tu espalda y parece que queres tocar el cielo ahí alto en la hamaca. Tu cabeza transpirada y tus manitos sucias de jugar, tu mirada tierna de nene que cree que puede volar, de la mano de su papá, este pequeño grandulón que ve en su hijo el mejor de sus logros, la persona más querida, el ser más inteligente, el más lindo, el que espera otra vez, extender sus brazos y poder soñar, jugar en el parque y compartir esos ratitos de felicidad donde sobran los abrazos y los besos, donde se hace realidad mi más profundo sueño que hiciste realidad. Ser Papá.

lunes, 18 de octubre de 2010

Un guiño al hombre que vive solo...


Él abrió la puerta y clavo sus ojos en ella, él no podía creer su hermosura.
Nunca se sintió tan afortunado.
Hacia tiempo había decidido irse a vivir solo, llevaba una vida demasiada tranquila dividida entre el trabajo y sus libros.
Él se sentaba durante largas horas a leer, frente a la ventana, luego de cada jornada laboral.
Hacia eso para no gastar, era un hombre super cauto con sus financias, pero ahora, no siempre había sido así.
Estaba con la soga al cuello, ahorcado por deudas de gastos innecesarios que decoraban su casa y le daban estilo, su economía hacia un tiempo había presentado quiebra.
Esa noche él no podía creerlo, cuando la vio ardió en deseo, su figura ahí detrás de la puerta como queriendo esconderse.
Sus curvas al pasar sus dedos por encima de ella derretían el hielo y a él se le hacia agua la boca.
Nunca pensó encontrarse con algo así, sentía que era mucho para él en ese momento tan particular de su vida, pero no dudo.
Al verla ahí detrás de la puerta, su sonrisa mostró sus blancos dientes y se sintió feliz, por un momento dejaba los libros, y al ruido de su barriga. Salto de felicidad frente a ella, sin miedo al ridículo.
Se había sentido solo, casi desamparado con una sensación que lo llenaba de culpa por no haber hecho bien del todo los números en su debido momento.
Él abrió la puerta, el encontró lo que quería, seguramente pensó, no es definitivo, pero es algo.
Él abrió la puerta de la heladera como todos los días sin encontrar nada.
Abrió el freezer y entre hielos encontró una carnosa milanesa que le había quedado desde hacía un tiempo guardada ahí en una bolsa de las encomiendas que mes a mes le mandaba su madre. Frente a tal hallazgo, fue feliz, sabia que esa noche no debería leer para disimular el hambre, sino que lo esperaba en la mesa una rica milanesa y un guiño de ojo a su pasajero hambre.

viernes, 15 de octubre de 2010

El último trago



El silencio se había adueñado de la habitación, su ultimo grito le desgarro la garganta y ya no podía hablar. El sabor a sangre en su boca lo ponía en el lugar que quería estar, ahí sin compañía, sin ruidos, sin Dios.
Cerraba las persianas para que el sol no lo invada, en un negro total miraba como el humo del cigarrillo garabateaba en el aire.
Sus manos sujetaban fuertemente su cara, hasta doler, la saliva se volvía espesa y él quería sentirse así, estaba desvastado.
El teléfono fue el único valiente que se animo a romper con el silencio del lugar, sonó dos veces. Su cara se transformo, quién se atrevía a molestar, levanta el tuvo y escucha – Señor cliente la empresa le informa… corta con furia y al mismo tiempo destroza el teléfono contra la pared y grita – atrévete hacer un ruido y te va a pasar lo mismo. La inmensidad de la habitación se reía de su delirio, ahí donde el se encontraba no había nadie más que el.
Señalaba el rincón y se rasgaba los brazos con sus uñas, estaba tenso, él mismo se veía en el rincón y no se gustaba, quería destruir su imagen, no quería ser más él.
Decide recostarse, todo maltrecho por sí mismo, cansado, levanta desde el suelo el vaso de whisky, arde al pasar por la garganta e intenta soltar una frase al aire, su garganta duele mucho, y ahí van tres de las palabras que nunca supo usar – Perdón, te amo y ayuda. Suelta el vaso de whisky manchando el piso, cierra los ojos y adiós.

martes, 5 de octubre de 2010

Parado desde un lugar extraño


Me miraba y me preguntaba como tantas veces, en qué lugar de la vida me encuentro, para donde me lleva el camino que alguna vez decidí tomar.
Miró a mi alrededor y me llama la atención la cantidad de desconocidos que caminan a mi lado, en la misma dirección, todos ellos vestidos de singular manera, con las mismas expresiones en sus rostros, como zombies.
El reloj marca la hora puntual donde la ruleta de la rutina comienza a girar, todo tan predecible, todo tan apático.
El viaje en tren, el aire que intenta despertarme, la música en mis oídos, mi mochila a cuesta, y la estupida corbata.
La caminata desganada, el mirar aquella misma escenografía que ya puedo detallar de memoria, las mismas personas, los mismos gestos, el mismo rumbo.
Mirando por la ventada del alto piso, miro pasar las horas para emprender el regreso, tipeo algún que otro email, y atiendo un par de veces el teléfono, todo al igual que ayer…
El aire de regreso pareciera más puro, menos estresante, las caras relajadas, casi sonrientes.
El camino de vuelta de todos esos desconocidos que buscan como desesperados ese transporte que los vuelva a la capsula donde vuelven a recobrar su energía, su casa.
Ese lugar donde aunque sea por algunas pocas horas fuera del traje y la corbata sienten que la ruleta ya no gira, que el tiempo ya no pasa, donde una simple sonrisa de una persona que espera detrás de la puerta, convierte al zombie aunque sea por un momento otra vez en persona.