lunes, 2 de marzo de 2009

Enormemente solo


Mirando el cielo, sigo esperando el momento. Ese momento cuando Dios me señale y me diga, tu vida va a ser mejor, vas a ser feliz.
En ese momento dejare la tristeza guardada en el mismo baúl de mi infancia, donde no viviré de recuerdos felices sino de gratos momentos que arrugaran mi rostro dejando marcas de esa hoy inexistente felicidad.
Solo, sin oídos que escuchen, sin palabras de aliento, sin medidas conciliadoras que dibujen un panorama un poco, nada más que un poco más sencillo.
Cargo en mi vida mochilas llenas de peso que hacen flaquear las piernas, momentos donde los abrazos, la familia, el consejo, la amistad son tácitos.
Ese enorme esfuerzo por pensar que mañana voy a poder, ser optimista al máximo y luchar contra las frustraciones que me impone mi propia vida, mi propio ser.
Mis exigencias por salir, por escaparle al puto destino que atormenta con diagramar mi vida de la manera que el quiera.
Acá estoy desde hace un tiempo peleando por poder ser quien quiero, lo que deseo. Ese hombre chiquito, chueco, simpático y divertido que vivía sin el peso de las mochilas cargadas de mierda. De frases lastimosas, de interminables lagrimas que lloran la injusticia, la impotencia y a las malas decisiones que tome en mi vida.
Nuevamente solo parado frente al abismo de lo incierto, acongojado por querer ser mejor, para demostrar que se puede, solo o no, se puede, contra todo, contra todos.
Sin palabras conciliadoras, sin aliento, casi sin tiempo de vivir, a pesar de todo mi luz no se apaga, mis lagrimas no me rebalsan, tus abrazos me consuelan y sigo esperando que la máxima justicia por excelencia desde principios del universo, solo una vez, juegue para mi.