lunes, 18 de octubre de 2010

Un guiño al hombre que vive solo...


Él abrió la puerta y clavo sus ojos en ella, él no podía creer su hermosura.
Nunca se sintió tan afortunado.
Hacia tiempo había decidido irse a vivir solo, llevaba una vida demasiada tranquila dividida entre el trabajo y sus libros.
Él se sentaba durante largas horas a leer, frente a la ventana, luego de cada jornada laboral.
Hacia eso para no gastar, era un hombre super cauto con sus financias, pero ahora, no siempre había sido así.
Estaba con la soga al cuello, ahorcado por deudas de gastos innecesarios que decoraban su casa y le daban estilo, su economía hacia un tiempo había presentado quiebra.
Esa noche él no podía creerlo, cuando la vio ardió en deseo, su figura ahí detrás de la puerta como queriendo esconderse.
Sus curvas al pasar sus dedos por encima de ella derretían el hielo y a él se le hacia agua la boca.
Nunca pensó encontrarse con algo así, sentía que era mucho para él en ese momento tan particular de su vida, pero no dudo.
Al verla ahí detrás de la puerta, su sonrisa mostró sus blancos dientes y se sintió feliz, por un momento dejaba los libros, y al ruido de su barriga. Salto de felicidad frente a ella, sin miedo al ridículo.
Se había sentido solo, casi desamparado con una sensación que lo llenaba de culpa por no haber hecho bien del todo los números en su debido momento.
Él abrió la puerta, el encontró lo que quería, seguramente pensó, no es definitivo, pero es algo.
Él abrió la puerta de la heladera como todos los días sin encontrar nada.
Abrió el freezer y entre hielos encontró una carnosa milanesa que le había quedado desde hacía un tiempo guardada ahí en una bolsa de las encomiendas que mes a mes le mandaba su madre. Frente a tal hallazgo, fue feliz, sabia que esa noche no debería leer para disimular el hambre, sino que lo esperaba en la mesa una rica milanesa y un guiño de ojo a su pasajero hambre.